miércoles, 5 de agosto de 2009

PRTXT 9.20

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Donde no hay nada, y solo hay horizonte, un refugio de precarias chapas, viejas y oxidadas nos cobijan de la temporalidad y sus simultaneidades.

Marcho desafinando el paso y no logro afinar una sola nota con las tuyas.

Bajo toda la lluvia del mundo nos sentamos a intercambiarnos llaves.
Llaves doradas, resplandecientes. Miles de formas de abrirnos el alma extraordinaria.
Llaves de oro, oro rojo, oro amarillo, oro blanco. Infinito brillo de las manos.

Dentro, como mil ojos perplejos las picaduras que el oxido perjudico al metal de esta habitación pobre, nos vigilan temerosos de lo mejor.

La luz de la ventana que no se abre, la luz de lluvia gris nos moja las ganas.
Sin decir una sola palabra se de todas las letras que nunca me escribiste.

El agua comienza a inundarnos, sube y nos ahoga todo lo no dicho.
Salimos a la espera de un sol negro que nunca salió.
Bajo esta galería infame, nos mojamos la voz.

Llueve como si el cielo deseara quedarse seco para siempre.

Lentas y temerosas, te llueven todas las gotas de la cara tristemente infinita.

Hay ojos de los ojos, que nos lastiman los ojos para siempre.

Entro a salvar las llaves compartidas. Toda flota en el más perturbador desorden, como las sabanas de una pesadilla que nunca nos logra despertar.

Solo me quedo a contemplar miles de llaves rotas flotando en el agua que sube, como escalando las paredes de este pobre refugio, en el que ya no estás.

Sola, a canciones de distancia, sentada bajo una lluvia azul y naranja, lloras lagrimas amarillas, que te descascaran tu cara de cal.


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