sábado, 13 de junio de 2009

PRTXT 9.13

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Salgo al balcón y puedo sentir lo espeso del viento.
La ciudad se desnuda de frio ante mí. Libre de todo, surco el aire con mi humanidad sin sociabilidad aparente.
Disfraz de insegura ancla, mi barco se viste solo con agua.
Vos salís como cada día a la hora del ángelus a verme, dos estrellas hacia el este de mi departamento, de mi edificio. . .de mi disfraz de yo.
No hay nada más que una gasa entre vos y vos.
Jamás nos vimos a más de dos metros de distancia, pero reconozco cada estuario de tu cuerpo, recorte fatal del sol que se va para morirse de envidia.
Sentados, decorando los colgantes de nuestros edificios. Balconean todas las ganas en una danza gutural de manos afinadas.
En estas torres compactadoras de seres, cableamos los sentidos, sin dar a conocer un solo vestigio del ritual de lanzas.

Soy mi propio esclavo.

Vendas de sal en mis ojos, luna de miel en la mano, jet de mis pensamientos, sónicos recuerdos.
Entre tus partes existe el viento.
Te invito a la danza de la distancia.

Sueles dejarme solo. . .

Tus pies me alcanzan con tu mirada.
Bailas al son de un 2x4 de luciérnagas, luces intermitentes indicándonos aterrizajes y despegues de tus manos.
Tu boca se ilumina al ritmo del baile de tus labios, que abren y cierran desordenadamente. Parpadean subiendo las tenciones de tu corazón purpura.

Suelo dejarte sola. . .

Toda esta alegría eléctrica, es vida de mi propio cuerpo, vos estas y no estas. Vas y venís. Todo es una excusa para gritarte con mis ojos, que no siento otra cosa que mi propia carne.
Juego de solos, tus ojos llenos de una quermes exitosa, festeja gritando con gestos, que no sentís otra cosa que tu propia carne.

Mi mente es un recital punk, miles de ratones hacen un pogo violento. Desafino en el agitado punteo de mi guitarra, dispuesto a romper todas las cuerdas, la conecto y desconecto mil veces.

Solemos dejarnos solos. . .

Saturan los sonidos fucsias de mi cara, mientras distingo con mis ojos entreabiertos, tu último solo de guitarra. Arpegios, sin control alguno de tus dedos, armonías de gritos en un monocorde de agudo placer.
Nos zumban los oídos. Por eso no logro escucharte, por eso no oís un solo monosílabo de mi voz.

Todo lo que no nos decimos, es esperanza de reencuentro. Todo lo que falta es lo que nos anima a seguirnos el rastro. . .


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